En el mismo sentido, Patricia Bullrich se cortó sola al negociar su –¿aparente?– incorporación como ministra de Seguridad, trocando la obediencia al ingeniero en un gesto de rebeldía y poniendo en riesgo el armado de un acuerdo integral entre La Libertad Avanza (LLA) y el PRO halcón, que, según aquel, debería incluir antes que nada la presidencia de la Cámara de Diputados –y un lugar en la línea sucesoria– para Cristian Ritondo.
Pocas personas conocen esa verdad, pero pese a eso hay respuestas tentativas.
El pequeño círculo que rodea a Milei esgrime argumentos atendibles cuando señala que es este quien marca lineamientos y designaciones. Macri, dicen, pretendía, por ejemplo a Germán Garavano en Justicia, pero el nombramiento de Mariano Cúneo Libarona fue un gesto de independencia del electo nada menos que en una cartera de la que se espera que surjan –o que no surjan– operaciones de persecución contra determinadas figuras opositoras. Asimismo, Javier Iguacel no desembarcó en YPF, sino el hombre de Techint Horacio Marín. Esto es más discutible: Techint se convirtió en un apoyo del proyecto de la ultraderecha justamente de la mano de Macri.
Por el otro, nadie puede decir que figuras como Caputo, Bullrich y el ubicuo Federico Sturzenegger no tengan nada que ver con la galaxia Macri y, sobre todo en el caso del primero, destinado a cubrir la responsabilidad más sensible de la administración entrante, que tenga peso propio como para no ser fusible a la primera de cambio. Alguien, se supone, debe apadrinarlo.
De hecho, el otrora jefe de asesores del minarquista, Carlos Rodríguez, preludió su renuncia con una advertencia. «Milei sigue diciendo que las obligaciones se pagarán y hay muchos tipos alrededor que lo están tratando de convencer de que se pagarán tomando deuda afuera. Esa es la estrategia de Macri; a mí no me gusta esa estrategia», sinceró. Hablaba de «la bomba de las Leliq» y de Caputo, claro.